El impacto de los algoritmos en nuestra vida cotidiana

El uso de algoritmos se ha vuelto esencial en nuestra vida diaria, desde reservar un asiento en el autobús hasta la compra de víveres en el supermercado. Imaginemos una escena donde, al bajar del autobús en la cuarta parada, entramos en un hipermercado y encontramos productos familiares como aguacates, tomates, zumos y nuestra pasta de dientes habitual. A medida que nos dirigimos a la caja, un algoritmo ha sugerido, casi sin que lo pidamos, unas bolsas de aperitivos, perfecta para una noche de viernes con amigos. Este escenario, aunque aún en la categoría de fantasía, se aproxima a la realidad gracias a tres ingredientes clave: un mundo interconectado por teléfonos móviles, un registro exhaustivo de nuestras preferencias y actividades, así como la inteligencia avanzada de los algoritmos que analizan esta información.

El servidor complaciente

El término "algoritmo" proviene del árabe y hace referencia a una "receta", un conjunto de pasos a seguir para resolver problemas similares. Por ejemplo, el algoritmo para maquillarse organiza tareas mecánicas con un orden definido que culmina en un resultado deseado. Esta idea, que parece sencilla, ha evolucionado enormemente desde sus inicios. Ada Lovelace, una pionera del siglo XIX, fue responsable del primer algoritmo ejecutable en una computadora, planteando la máquina como un mecanismo capaz de realizar tareas mecánicas. Sin embargo, la concepción actual de los algoritmos ha crecido para incluir funciones de toma de decisiones y predicciones, como es el caso de los sistemas que regulan el flujo del tráfico o los robots en la manufactura.

Algoritmos en tu vida

En la experiencia mencionada al inicio, se utilizan diferentes algoritmos que ayudan en la gestión diaria. Uno se encarga de localizar un sitio reservado en el autobús y otro gestiona nuestros hábitos de compra en el supermercado, recordando insumos que podrían haberse olvidado. Estos no solo replican comportamientos anteriores; al incorporar el aprendizaje automático, utilizan datos contextuales como el clima y el día de la semana para anticipar nuestras necesidades. Esto da lugar a listas de compra que varían de un día a otro. Dentro de este marco, los algoritmos recomendadores han cobrado significado en el ámbito del comercio electrónico, sugiriendo productos basados en compras previas y datos de otros usuarios, reflejando la frase común "otras personas también compraron…".

De servidores a amos

Simultáneamente, otro algoritmo puede haber analizado nuestras conversaciones recientes y detectar el interés por jugar con amigos, sugiriendo productos que, aunque no sean parte de nuestros hábitos de compra, podrían captar nuestro interés. Esta habilidad para anticipar necesidades se observa en plataformas como TikTok y otros canales informativos, donde el contenido se entregado antes de que siquiera nos percatemos de que lo deseamos.

A medida que avanzamos en la narrativa, es crucial reflexionar sobre la siguiente cuestión: ¿cuáles son verdaderamente los beneficios de estos algoritmos? Si bien ha habido avances, como llegar rápidamente a nuestro destino, ser atendidos eficientemente en el supermercado y disfrutar de contenido al instante, surge una inquietud: ¿cuál es el costo de estos servicios?

Renunciar a decidir

Investigaciones han mostrado que los algoritmos a menudo asumen decisiones en nuestro lugar, lo que puede contribuir a un estado de estrés; frecuentemente elegimos delegar esas decisiones a sistemas algorítmicos. Sin embargo, este fenómeno es riesgoso, ya que los servicios que parecen gratuitos están diseñados para maximizar las ganancias de las empresas detrás de ellos, convirtiendo algoritmos en formas sutiles de publicidad. Este mecanismo puede llevar a un ciclo de consumo continuo, alimentando una adicción —un impacto que ha sido comprobado en estudios con ratas, donde un estímulo placentero ha provocado comportamientos compulsivos.

Por lo tanto, al cuestionar la utilidad de los algoritmos en nuestra vida, es esencial considerar cuáles nos benefician a nosotros y cuáles benefician a las empresas. Tal vez debamos reflexionar sobre quién es realmente la “rata” del experimento antes de deslizar el dedo en nuestras pantallas.